Corría el año 1988. Yo era joven (aunque no mucho más que ahora, debido a mi obsesiva afición por las cremas antienvejecimiento) y fácilmente impresionable. Por aquel entonces los sábados por la noche nuestra querida televisión nacional tenía la sana costumbre de pasar un programa doble de cine, algo que a mí, junto con mi querida bolsa de chicles Boomer, me parecía lo más cercano al cielo que nadie en la tierra podía ofrecerme. En una de estas orgías televisivo-diabética caseras, tuve el placer de presenciar por primera vez esa obra de arte que es "Carretera al infierno" y acto seguido, la aún más admirable "La invasión de los ultracuerpos" que ahora nos ocupa. Fue una noche única en la que alcancé un nivel de felicidad que ha sido superado únicamente por el nacimiento de mi sexto hijo Marlon-Jackson III.
De la primera ya nos ocuparemos en otra ocasión, pero hoy hemos de centrarnos en la obra maestra de Phillip Kaufman para no desviarnos del programa docente que nos ha fijado el ministerio de educación..